viernes, 18 de marzo de 2011

CORTA ODA AL EUFEMISMO DIACRÓNICO DE LA COTIDIANIDAD DE MANUEL JIMENO.

Manuel Jimeno leía. El asunto es que le gustaba hacerlo relajado, mientras cagaba. Se podría decir que su conocimiento era directamente proporcional a los metros cúbicos de la mierda que en su nombre, recorría caños y arroyos, el río, el mar y finalmente, se depositaría microscópicamente en las agallas de las mojarras fritas que a Manuel Jimeno tanto le gustaba chupar. Un ciclo cerrado.

Algunas veces leía Nietzsche, en esos días de diarrea de intolerancia a la lactosa. A Gómez Jattin, con esos problemas de estreñimiento. Se preguntaba si esa mierda intransigente en la boca del culo le produciría la misma sensación de una penetración, científicamente hablando. Leía Ágata Christie, esas cagadas sabrosas en que se llega a tiempo al inodoro, se entra con afán, libro en mano eso sí y se suda de placer. Incluso recordó leerse todo el libro de la Joven con el Arete de Perlas, con la mierda en el agua mirándole el culo por no sé cuantas horas. Se diría de una mierda que reflexiona sobre el origen de su existencia.

Pero entonces, Manuel Jimeno encontró el amor y se olvido de leer, cagaba de afán como todos.

Luego encontró el dolor, y ya no se paraba de su cama. Cama a sol y luna.

Luego se cansó del dolor irreflexivo. Entró al baño. Todo como lo había dejado. Se afeitó la espesa barba de heleno. Se arrojó agua en la cara en señal de reset. Se sentó en el inodoro. Sin cagar, esta vez se dedicó a escribir. A reflejar en papel y mano todos los años de mierda y letras que se le habían metido por los ojos de pescado muerto. Como todos, su mentor fue Joyce.

Entonces se fue a la capital.

Se dice que es un escritor exitoso, vendedor como pocos. Dicen que sus ensayos eran frescos y apetecidos por el público en general (como los baños). Otros dicen que lo que decía era pura mierda. El asunto es que siguió haciéndolo, relajado. La vida se la gozaba mientras cagaba. Se podría decir que su éxito fue directamente proporcional a la dosis de su mierda que recorría caños y arroyos, el río, el mar y finalmente, se depositaría microscópicamente en las agallas de las mojarras fritas que a Manuel Jimeno tanto le gustaba chupar. Un ciclo cerrado. Dosis de la mierda que la vida le doto a su vida.